“entre columnas”
El gran corruptor.
Martín Quitano Martínez
Si no peleas para acabar con la corrupción y la
podredumbre, acabarás formando parte de ella.
Medios
y comentaristas de cobertura nacional discuten sobre el caso Veracruz,
poniéndolo de ejemplo de lo que no debe ser, de lo que está mal; critican la
situación con molestia, burla y hasta con asombro de no haber advertido el
triste monumento que desde hace tiempo se fraguaba en la entidad veracruzana,
convirtiéndonos en una entidad sumida en el desprestigio, panacea de la
corrupción y la inseguridad, de la incompetencia y la impunidad.
No
es casual la situación en la que nos encontramos, se han ido acomodando las
piezas del diseño que desde el poder local se establecían, emanados de una élite
acostumbrada a gobernar por encima del interés de las mayorías, lograron
acentuar las contradicciones y llevarnos a la postración en la cual ahora nos
encontramos.
En
nuestro estado, los gobiernos emanados de la postrevolución mexicana solo han sido
de un solo logotipo con matices que por
mercadotecnia van del tricolor al monocolor rojo, este último referente de lo
más infecto de los ejercicios públicos conocidos, el color rojo fidelidad
instituyó además de una imagen pública, una referencia de las viejas y peores
formas de ejercer los encargos públicos.
Sin
embargo la descomposición profunda por la que ahora atraviesa Veracruz tiene un
tiempo más corto del que podríamos suponer después de 87 años, son los últimos
casi doce años los que han avasallado cualquier momento bueno o malo que se
haya tenido, pues apareció el sujeto protagónico indiscutible, el gran
corruptor.
El
ejercicio pleno del “pinche poder” se convierte en una pócima que todo permite,
que todo compra, sobre unas reglas del juego repletas de complicidad, temor y
corrupción. El juego implicaba demostrar que la mejor vida posible, la
aspiración del grupo pasaba por ser parte del contubernio, sacando lo peor de cada
uno y regocijándose en la inmundicia; los cálculos del “pinche poder”
implicaban dominar el mundo veracruzano desde el laboratorio donde se
fabricaban los frankensteins que, ávidos de sus intereses, destruían, robaban y
amedrentaban.
El
gran corruptor diseñó la continuidad y la ganó, asumiendo que nada pasaría en
contra de sus planes, que sus manos y directrices todo lo podían controlar, que
sus frankenteins sabrían mantener sus enseñanzas. El tiempo ha mostrado que los
monstruos no alcanzaron a comprender que las ruinas también los alcanzarían,
que los hombres y mujeres del pueblo pueden encender las teas y salir por
ellos.
Los
castigos por los destrozos ocasionados por doce años de vigencia del gran
corruptor y sus discípulos, por las ruinas que todos vemos y vivimos, no pueden
solo quedarse en el anecdotario, en el lamento, es necesario que la historia y
la justicia reclamen la presentación y quiten la impunidad a la mano que meció
la cuna.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
La Comisión Estatal de Derechos Humanos de
Veracruz una verdadera carabina de Ambrosio
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