Entre Columnas
Tiempos de informes
Martín Quitano Martínez
Se realiza el Cuarto Informe Presidencial y el escenario nacional en el que se desarrolla ofrece un panorama más bien negro, de muy pocas certidumbres respecto del futuro cercano; nada que permita vislumbrar o confiar en que en el corto plazo mejoren los terribles momentos que vivimos los mexicanos.
En los espots difundidos, el presidente, a 4 años de ejercicio público de gobierno, llama a la unidad nacional como si estuviera en campaña, ofreciendo datos y datos que en suma no revelan el estado que guarda la Nación, sino que solo son números que permiten salvar una obligación constitucional y ocultar sus incapacidades como jefe de estado, como responsable de conducir un país y mejorar la vida de sus habitantes.
La clase política, principal pero no únicamente la de oposición, aprovecha la ocasión para reunirse y encontrarse en sus diferencias, para jugarle pulsos, echarle las cartas y aguarle el numerito. Son los juegos de poder, de actores que utilizan la crisis para denostar al adversario, que no se ocupan de salvar el estado de emergencia del país, porque solo piensan en sus protagonismos, sumidos en sus mundillos de banalidades, ricos en sus economías y pobres en sus compromisos para con los que dicen representar.
Para muchos de éstos actores políticos, la problemática nacional se traduce en la defensa de los espacios conseguidos facciosamente y en pelear las plazas existentes, sea la presidencia del senado o la de la cámara de diputados.
“Es hora de reordenar a México”, expresa el poderoso Manlio; “No hay estado fallido” expresa el señor del copetín; Alejandro Encinas se congratula de los acuerdos logrados en la cámara de diputados, porque demuestran que están muy lejos de las superficialidades del poder; Josefina Vázquez Mota asegura evidencias sobre el compromiso de su partido por el dialogo y el país; a todos nos tiene que quedar claro el superior esfuerzo que realizan los representantes del Congreso de la Unión, perlas enunciadas como muestras de su cinismo.
Llevan ya algún tiempo trabajando juntos estos personajes como para haber hecho tan poco por detener y enfrentar lo triste del andar mexicano, sumidos siempre en la contabilidad de sus ganancias de grupo, desprecian cualquier gesto palpable de voluntad política que les otorgue estatura de servicio público, que ofrezca confianza. Su “voluntad política” acaba en el momento en que su visión de suma cero se empieza a poner en entredicho; todos sus caminos empiezan y terminan en los intereses superiores de su beneficio.
Cada acción calculada en sus posiciones, cada evento, sonrisa o gesto enmarcado en el volumen de ganancia de la próxima elección, lo demás es secundario. Ahora vienen las elecciones del 2011, y después la “grande” del 2012. Los acuerdos por el país pueden esperar, las reformas que todos dicen que son urgentes desde hace décadas, se vuelven a aplazar indefinidamente, los responsables de omisión son los mismos, incluyendo los que ahora disertan que llegó el momento de reordenar a México.
Los acuerdos que se necesitan y se han requerido desde hace muchos años para darle viabilidad a nuestro país, siempre han quedado relegados por el enanismo y el enfoque miserable de hombres y mujeres que, desde sus nichos de poder, apuestan por los ejercicios lúgubres y sediciosos de la indiferencia ante lo que se padece, calculando todo solo en función del tamaño de sus bolsillos.
La reconstrucción nacional empantanada, en espera de algo de mucho más trascendencia que las palabras y los llamados a la unidad de un presidente débil e incapaz, de las acciones de unos partidos inmersos en sus disputas por el poder, de una élite empresarial que solo juega para sí, de una sociedad que en su día a día, lastimera, llora su desesperanza.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
El ideario del benemérito, los pilares de nuestra historia, tirados en medio de las sotanas: “¿El Estado laico?, esas son jaladas”.
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