Entre Columnas
De la consigna al
programa.
Martín Quitano Martínez.
Solíamos pensar que las
revoluciones eran la musa del cambio, en realidad es al revés: el
cambio prepara el camino para la revolución.
Las
condiciones nacionales están muy lejos de los discursos que apenas estaban definiendo
el “momento mexicano” y a su “salvador presidencial” como ejemplo de acuerdos
reformistas, visiones y hechos de vanguardia del modelo dominante mundial, cuando
la dura y descompuesta realidad desenmascaró los frágiles escenarios que se
montaron para la obra que desde las elites se impulsaba como referente de un
conocimiento y capacidad de los que retornaban al poder con la magia de su
experiencia como garantía.
La
simulación, la visión autoritaria, la complacencia, la omisión, la complicidad,
la corrupción y la impunidad, amén de las incompetencias, afloraron con mayor
claridad cuando poco o nada de los entornos colectivos de la vida social e
institucional se modificaban para bien, cuando la “experiencia” significa hacer
del cinismo materia diaria, cuando el desprecio cupular se manifiesta con
arbitrariedad, con desvergüenza en todos los niveles del ejercicio de gobierno.
El
oprobioso acto relacionado con la muerte de algunos y desaparición de 43
normalistas de Ayotzinapa y las circunstancias en las que se desarrollan los
hechos, provocan en paralelo que amplios
sectores sociales pasen de rumiar la inconformidad ante ambientes descompuestos
a manifestarse abiertamente en las calles por el agotamiento de un ejercicio
público que ha roto y pervertido las relaciones políticas, sociales y públicas;
un ejercicio que ha profundizado la inseguridad, la pobreza y ha hecho de la
impunidad la característica de vida que cobija el descaro de una forma de
comportamiento que todo indica ha tocado fondo.
Las
movilizaciones que condensan el hartazgo, refieren la crisis, el agotamiento de
formas y quehaceres que parecieran haber rebasado el límite de la misma
sociedad que, hasta hace poco, mayoritariamente apostaba por mejor voltear la
cara. Las manifestaciones solidarias con los hechos de Guerrero escalan ante
los problemas más amplios, escalan con sectores violentos que desde el gobierno
y la oposición se posicionan en el río revuelto donde se cobran facturas, se
plantean cambios radicales y se olvida a los ciudadanos.
El
encajonamiento de las movilizaciones solamente en la consigna, no ayuda a
forjar los cambios que sustancialmente se reclaman para la vida del país; el
grito y el andar no pueden quedarse en la anécdota de la coyuntura y en su
desencanto posterior, no puede ser el espacio que se pierde ante las visiones
autoritarias, intolerantes y excluyentes de los que hablan de “su” proyecto de
nación y de los que se asumen como representantes del pueblo en general; ambos
bandos requieren respuestas contundentes en propuestas serias que cierren el
paso a la violencia y den oportunidad a las transformaciones que nos son
urgentes.
El
Instituto de Estudios para la Transición Democrática con el documento México: Las ruinas del futuro*, ha
planteado siete ejes sobre los cuales se podría dar una discusión que permita
elaborar un programa que condense las demandas manifiestas por un México
distinto, una discusión que privilegie a la política y los acuerdos. Extractos
de los ejes propuestos son:
1. Los derechos humanos deben
colocarse en el centro de los debates y de todas las políticas, en adelante.
2. La atención a las víctimas
–ahora, a los padres de los normalistas- vuelve a ser tema de enorme
relevancia, porque son el centro del dolor y de la indignación de nuestro país.
3. La discusión y rehabilitación
del poder municipal. A estas alturas queda claro que ése es el ámbito
privilegiado por el crimen (no el único) para reproducir su control.
4. La impartición de justicia es
otra área clave que no se resolverá con el conocido expediente de mayores
presupuestos ni con la magia atribuida a los juicios orales. Es preciso decir,
con todas sus letras, que hay una crisis en el corazón mismo del Estado de
Derecho cuyos efectos ponen en un predicamento las aspiraciones de justicia y
equidad de los ciudadanos mexicanos.
5. La pobreza y la desigualdad
son el abono de la violencia endémica y del tránsito cada vez más expedito de
la juventud hacia los mercados delincuenciales.
6. El combate a la corrupción es
la forma concreta que adquiere hoy, esa enorme exigencia contra la impunidad y
por el Estado de Derecho. Pocas veces estuvo tan claramente inserta y con tal
urgencia en la agenda nacional, una genuina reingeniería de la estructura de
rendición de cuentas en todo el país, especialmente en los niveles primarios
del Estado.
7. Crisis de representatividad,
crisis administrativa y crisis en la capacidad de respuesta del Gobierno, un
cuadro perturbador que debería convocar a una discusión política amplia, acerca
del régimen y la forma en que se organiza el poder público en el país.
Esta es una propuesta seria y está allí. Puede
haber otras que la complementen y la enriquezcan y deben ser bienvenidas, pero
habrá que consensarlas y concretarlas, paso a paso pero sin descanso, porque es
necesario asumir que los retos para el país no son menores, y que es momento
para trascender y que este hartazgo catapulte las mejores iniciativas para la
transformación del país.
Que la furia, el desencanto, la desolación,
encuentren un camino de reconstrucción, y que al recorrerlo podemos
reconciliarnos en un programa que saque de las ruinas a nuestro futuro.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
En Veracruz, ofenden
a la inteligencia el cinismo y la burla de los que glosan el Cuarto Informe. No
entienden que el horno no está para bollos.
*Se recomienda la lectura completa en la página del Instituto
de Estudios para la Transición Democrática en http://www.ietd.org.mx/
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